Friday, December 23, 2005

Cuento: Pilar

A la memoria de María del Pilar Buitrago Rivera, a su calidez y cariño.



Pilar estaba en el comedor, ya sin madre, y le contaba a él sus problemas de desamor con el muchacho que vivía en el segundo piso de la casa. El nombre preciso de ese muchacho se ha ido con el tiempo y ya no es necesario.

Pilar sacaba lo mejor de sí para nombrarlo a él en diminutivo y contarle en el comedor, ya casi de noche, la angustia de esperar detrás de la ventana la llegada del muchacho con un nuevo amor; del instante quedaban excluidos los cuadernos de álgebra, los vasos de jugo al final de la comida, un perro o un gato deambulando entre la cocina: el contexto. Allí estaba ella con sus grandes ojos, sus dos dientes de conejo y su cabello liso, negro. El la miraba, sin conocer aún nada de las relaciones de pareja, dejándola hablar para decirle de forma estúpida que todo pasa, que la vida sigue; y era esta estupidez tan grande una verdad que ni él mismo entendía. El quizás le pudo explicar algo del álgebra, del juego de las formulas, pero nada era tan importante como verla con sus zapatos blancos de tacón y sus uñas cuidadas regalándole palabras irrepetibles.

Después de aquellas tardes, él habló una sola vez con ella por teléfono, sin predecir que el tiempo nunca es suficiente. En esos siete años de ausencia se vivió una vida, de amor constante, de estudios concluidos, de un futuro más cierto; una vida en la que tal vez el muchacho permanecería como amigo y en la que él en diminutivo no estaba tan cerca como hubiera deseado. Siete años después todo regresa con un aviso en la prensa, con un nombre parecido, un nombre que sonaba igual, que en principio se asemejaba, que después definitivamente no era y que al final resultó ser. En cuestión de horas, de minutos, todo cambió; de la inseguridad de saber si sería recordado al llamarla se pasó a la certeza de no olvidar; y de desear contarle siete años, se regresó al papel.

Edith finalmente le confirmó los hechos: el 31 de Marzo en la vía hacía Tulua, el carro no fue lo suficientemente rápido para impedir el impacto de un bus que se vino de frente en la carretera. Ese Martes se fueron ella y su hermano antes de que todo se oscureciera.


La imagen del comedor es la misma, es el recuerdo de un recuerdo que no se olvida. Ahora él en diminutivo regresa a ese comedor, con el gato o el perro deambulando, con el tiempo ilógico para contarle sus desdichas de amor, ahora que siente sobre su propia piel las palabras entrecortadas de ella, ahora que ella le puede decir que todo pasa y que la vida sigue; ahora que siete años sin verse, sin poder volver a verse nunca, los tiene más cerca, tan cerca que ella decide que era un gato y no un perro, y que la intensidad del tiempo compartido, por corto que fuera, rebasa las fronteras de cualquier olvido.



Mayo 19 de 1998

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